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Rajhälmanapur (2)

De la puerta de dicho complejo, partía la más amplia avenida de la ciudad, empedrada con basalto pulido y granito blanco en un diseño de tablero de ajedrez. Palmeras crecían en sus orillas, irrigadas por dos canales paralelos que conducían las corrientes subterráneas y los aluviones monzónicos hacia la bahía, sin demasiado peligro para la población. Palacios de la nobleza, grandes mansiones de la aristocracia comercial y templos crecían a la sombra de las enormes palmeras, enjoyando el paso de las autoridades y cegando de avaricia de los dignatarios extranjeros. La gran avenida Albajhï, dividía la ciudad como una espina dorsal divide una espalda y establecía el orden de residencia de las clases sociales: la nobleza y los ricos a sus orillas; los pobres y los desheredados, sin poder verla jamás. Desde la Albajhï se accedía al resto de la ciudad por pequeños puentes de basalto que salvan las acequias, de modo que el diseño de las calles se parece al de los nervios de cualquier hoja lanceolada. Las barriadas, aglomerados de casas de ladrillo encaladas, se diferencian entre sí por la altura de sus edificios, que a la vez dan una idea de lo adinerado de la gente que vive en ellos. Los edificios más altos, de cuatro plantas, acumulan hombres sin dinero ni trabajo, mientras que los palacios y las residencias señoriales se extienden perezosamente sobre su única altura. Todo esto potencia aun más la sensación de muchos ciudadanos de estar viviendo en un cuenco sumamente grande.

Rajhälmanapur (1)

El pequeño puerto estaba construido en el fondo de la bahía, con sus casas de ladrillo encaladas asomándose al mar en busca de la fortuna que traían los mercantes. Las barcas de pesca se apiñaban en la tranquila playa, pero los buques de carga haraganeaban en el centro de la bahía, mientras las cuadrillas de barqueros y braceros descargaban sus fletes. Las mercancías entraban en la ciudad por una aduana levantada sobre un palafito y un ancestral montón de escoria marina; a la vez, este edificio hacía las veces de almacén y de lonja, canalizando todo el flujo monetario que emanaba de los impuestos portuarios, por lo que también hacía las veces de cámara acorazada, e incluso tenía oficinas para los oficiales del Tesoro. Inmediatamente delante de este edificio, construido sobre pilares graníticos y con roca volcánica, se abría la explanada del mercado: Gühltü, el otro pilar de la economía de la pequeña ciudad. En su superficie empedrada, los productos extranjeros cambiaban de mano al entrar en la ciudad. En la misma plaza, se alzaban los almacenes de la mayor parte de los comerciantes locales y de muchos concesionarios extranjeros, así como bancos, entidades de crédito y un cuartel de la guardia local, con su característica torre balconada para que los ciudadanos fueran vigilados en su actividad diaria.
Las pequeñas casas encaladas crecían sobre una vega rodeada de colinas, que conferían a la ciudad una defensa natural, a la vez que una forma triangular, reforzada por el perímetro de la muralla negra, construida por Nasreh tal Düjhü el Cuarto. Este monarca, levantó en el vértice de su triángulo una imponente fortaleza de roca negra, coronada por tres cúpulas de granito blanco: la Nasrehatäl. A su alrededor, erigió un complejo palaciego con más de cien habitaciones, cuarenta salones, seis harenes y varios teatros y salas de conciertos, muchos de los cuales fueron abandonados una generación más tarde debido a su alto coste de mantenimiento. Nasreh el Cuarto no era buen economista, pero se le recuerda con una inscripción en la Estela de los Reyes por sus victorias. Las habitaciones que se conservan fueron unidas a la Nasrehatäl por su nieto, Ibasjhë tal Düjhü, por medio del cuartel del ejército y de la guardia de la ciudad. Las tres estructuras ocupaban todo el vértice de la ciudad, con una extensión total de unos doce mil metros cuadrados y una población cercana a las setecientas personas.

Mik (1)

De la tierra lavada por el monzón surgían cuatro dientes desgastados, expuestos a la intemperie por el paso de las estaciones, sobre los que habían sido edificados cuatro fortalezas. Los señores se asentaron en ellas, junto a sus familias y asentaron al pueblo a sus pies, en tiendas como las que habían usado sus abuelos antes que ellos y los abuelos de éstos aun antes. Es la costumbre de nuestro pueblo, dijeron, pero nosotros nos sacrificaremos por vuestra seguridad, ya que dentro de estos muros encontraréis refugio durante las guerras y los monzones.

Hacia el sur se extendían los pastos de Vurh y Uhn y allí se establecieron sus familias, llevando consigo gran cantidad de ganado. Hacia el noreste se encontraban los pastos de Weh y Henerw, donde se encontraron siempre clanes parientes con grandes rebaños. Hasta la Revancha. Derrotados y humillados, las gentes de Weh y Henerw perdieron sus rebaños y fueron obligados a arañar su sustento de la tierra como vulgares esclavos. Las estaciones, con toda su crueldad, impusieron su ritmo a los clanes agrícolas y las cosas dejaron de ser de todos para pasar a manos de unos pocos. La desposesión fue total cuando los Vurh y los Uhn decidieron el uso y el precio de cada cosecha en nombre de sus dueños.

Habían pasado dos siglos de penurias bajo el sol del trópico, encerrados entre aquellas montañas sin que la cahorwa tomara iniciativa alguna para recuperar la dignidad y el poder, cuando llegó Edhwumis, la del cabello rojo. Aquella hermosa dama intrigó dentro del harén de Uhwmunn para colocar a su hijo Enhwurus en el trono del clan y desarrollar ella misma una política que devolviera, al menos a los Henerw, al lugar que les correspondía por derecho. Sin embargo, el tapiz no pudo acabarse antes de ser descubierto y el dibujo era absolutamente imperfecto. Uhwmunn mandó asesinar a su esposa. Nadie colgó una cinta con su color al viento del norte. Los perros devoraron su cadáver y no se reunió con el Sol. Uhwmunn vendió como esclavas a sus hijas. Desaparecieron para siempre en las estepas del norte, entre los bárbaros nómadas y las huestes negras de la gente-sin-cuernos. ¿Y qué hizo con su hijo? Su hijo fue convertido en la peor clase de esclavo posible. Le fue confiado a su tío de padre, Mhulkamawn, dueño de una plantación de arroz, siempre necesitado de más esclavos para labrar las tierras, por supuesto.